Por Marcela Turati
SARAJEVO, BOSNIA.- La puerta de metal resguarda una bodega climatizada a baja temperatura en la que se aprecian filas con nueve pisos de planchas metálicas que sostienen bolsas clasificadas en clave. Son restos de personas que estaban desaparecidas y que han sido recuperados durante los 20 años que han pasado después de la guerra que despedazó a Yugoslavia. Huesos en espera de que les devuelvan su identidad. A que los regresen a sus familiares. A que les hagan justicia.
Son cráneos con un balazo en la sien. Huesos fragmentados por la retroexcavadora con la que los asesinos los enterraron y desenterraron hasta tres veces para ocultarlos. Restos que se rehusaron a ser reducidos a cenizas aunque les prendieron fuego. Esqueletos encontrados a la vera de un río. En cajas, en el último piso, están las pertenencias que en vida portaban: el retrato de la familia que espera su regreso a casa, las llaves que no volvió a utilizar, el rosario musulmán, la brocha y el rastrillo, el calzón color lodo-oxidado.
Cruzando el pasillo, en un laboratorio, un trío de forenses arman esqueletos como si armaran un rompecabezas. Les toman muestras que mandarán a un laboratorio ubicado en otro edificio, donde lo contrastarán con las muestras de sangre de miles de familias. En ese otro laboratorio, un técnico contrasta huesos contra sangre, una, varias veces, de varios individuos, hasta que, ¡bingo!, en la pantalla aparece una cifra: “99.99999999999%”. Una persona desaparecida acaba de recuperar su identidad. (más…)